La lejía
La lejía aparece como tal cuando Claude Louis Berthollet, en 1785, hizo pasar cloro a través de potasa obteniendo agua de Javel, un compuesto altamente blanqueador.
Sin embargo, Carl Wilhelm Scheele, descubridor del cloro, ya había notado estas propiedades. Posteriormente, Charles Tennant en 1799, utilizaría el cloro que se obtenía como subproducto en la fabricación de sosa. El producto de Tennant era un hipoclorito de calcio en polvo, usado como blanqueador también.
Además de su poder de blanqueamiento, desde finales del siglo XVIII, se fueron encontrando usos al hipoclorito como desinfectante. Uno de los pioneros fue el médico francés Pierre-François Percy. Consiguió la reducción de la mortalidad en un 50% usándolo en el material quirúrgico.
El farmacéutico Antoine Germain Labarraque, por su parte, sustituyó hacia 1820, el potasio por sodio para la desinfección de las instalaciones de procesamiento de animales y en depósitos de cadáveres. También aplicó este predecesor de la lejía en el tratamiento de la gangrena. El químico y farmaceútico francés inundó a partir de entonces el mundo con sus productos higiénicos. Las casas de socorro los distribuían de forma gratuita a los indigentes. Pronto fueron usados en los hospitales de todo el mundo.
El uso generalizado que hoy se hace del hipoclorito sódico en la purificación del agua o en la medicina humana y animal, es la aportación más importante que realizó Labarraque.
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